Aquí va y espero que perdonen las posibles faltas que habré cometido en mi traducción:
Nadie nació adulto. Sobre la enseñanza obligatoria.
Marcel Capraru
15 de julio de 2012
Sobre mi cama infantil dominaba, en la pared de la casa de mis padres, un gran cuadro representando un ciervo con la mirada orgullosa dirigida hacia el pico de unas montañas nevadas. Debajo del ciervo, en una cinta amarillenta estaba escrito con mayúsculas: «EL REY DE LOS BOSQUES».
Así tomé yo consciencia de la noción de rey. Porque sobre emperadores había leído en los cuentos.
Era una copia de otro cuadro más antiguo de la casa de mis abuelos maternos. Lo había pintado un primo mío, diez años mayor que yo. Siendo yo todavía niño, creo que estaba en el segundo curso de primaria, miraba a mi primo cómo realizaba la copia. Había dividido la hoja en cuadrados y pintaba a trocitos. Primero completaba un cuadrado, luego otro y así hasta que todo el cuadro estuvo listo. La caja de acuarelas que le había comprado mi padre se quedó en nuestra casa. Nada más irse mi primo, saqué una hoja de mi cuaderno, la dividí en cuadros con la regla de mi lapicero de alumno diligente y empecé a pintar el ciervo. Al día siguiente el cuadro estaba listo. Sólo que mi ciervo tenía una mirada tierna y tonta de buey. Desde entonces no he vuelto a pintar nunca más. Pasaron los años, acabé el instituto, luego la facultad, el doctorado y llegué a ser especialista en Ciencias de la Educación.
Me acordé de todo esto hace unos años en un compartimento de tren cuando un individuo de cerca de cincuenta años, ex-encargado en Electroputere, en excedencia como muchos otros en Rumanía con una buena pensión, se quejaba de su suerte. Tenía, decía él, un buen trozo de tierra en la zona de Balş, pero nadie lo contrataba. Poco a poco los del compartimento empezaban a darle la razón: era mucho mejor durante el comunismo, no tenías nada que comprar, pero tenías trabajo. Esta revolución nos ha traído sólo disgustos. ¿Qué haces con la libertad?
Entonces intervine en la conversación acordándome de la historia del cuadro y haciendo una comparación entre un buey y un ciervo. El buey es un animal que tiene dueño. Tiene cobijo, tiene el sustento asegurado, cada mañana lo unen al carro o al arado y trabaja. Cuanto mejor hace su trabajo mejor está alimentado con más raciones de heno o maíz. Cuanto más obediente es y más se esfuerza, más y mejor está cuidado. Si gandulea le dan con el látigo. No tiene la preocupación del día de mañana. Mañana es igual que hoy, igual que ayer e igual que todos los días. Duerme tranquilo, sin problemas.
A diferencia del buey, el ciervo no tiene cobijo. Tiene que buscarse él mismo la comida. No está seguro que la puede encontrar mañana. No tiene protección alguna ante los peligros, tiene que estar siempre alerta, despierto, y tiene que decidir solo. Y hay otra diferencia: el ciervo es libre, todo depende de él; el buey tiene amo, es dependiente, es esclavo. Cuando ya no puede trabajar o cuando el amo ya no lo necesita, su suerte está en manos del amo. El objetivo del buey no es el de encontrar comida, sino buscar un amo que lo alimente.
Le pregunté al individuo, después de exponerle la metáfora mencionada: ¿entre una vida de buey y una de ciervo cuál eliges? De hecho, la pregunta se dirigía a todos. Poco a poco, después de un período de silencio, empezaron de nuevo las conversaciones. Y, para mi asombro, aunque se notaba en las voces de mis interlocutores una onda de pesar, la conclusión casi general fue que la vida de buey es preferible a la de ciervo. ¿Cómo se llegó aquí?
De los sesenta años que cumplí hace poco, cincuenta y cuatro los pasé en la escuela. Mi maestra tenía alrededor de setenta años (en aquel entonces no existía jubilación obligatoria) y había empezado su carrera a los veinte, en 1910, había sido también la maestra de mi padre, era una historia viva de la enseñanza rumana. En otras palabras, de los 148 años de enseñanza obligatoria en Rumania, yo tuve contacto directo, de una forma o de otra, con 120. Fui, sucesivamente, alumno, estudiante, profesor, director de escuela, inspector escolar, director de la Casa del Cuerpo Didactico, ahora profesor de profesores, y creo que esta experiencia me permite afirmar que la preferencia de mis compañeros de tren por la vida de buey es, en principio, el resultado de la escuela. (Ojo, utilizo el término «buey» no en sentido peyorativo hacia nadie, sino como expresión de la servidumbre y del estado y necesidad psicológica de dependencia y obediencia)
La enseñanza obligatoria, en la forma que la conocemos ahora, apareció en un estado totalitario, en Prusia, después de una batalla, la de Jena de 1806 entre el ejército de aficionados de Napoleón y el ejército instruido prusiano, en la que los franceses vencieron. Cuando tu industria principal es producir y exportar mercenarios para los que conquistaban colonias en ultramar, ser vencido por unos patanes/palurdos????? levanta una gran polémica, una nacional. Eso es lo que pensó Johann Gottlieb Fichte, el filósofo de Federico el Grande, en las 14 Cartas hacia la Nación publicadas entre 1808 y 1814: hemos sido vencidos porque nuestros soldados no respetaron las órdenes, tenemos que hacer la Gran Alemania, unificar el idioma alemán y que todos los alemanes piensen igual y que respeten las ordenes, al menos en los problemas importantes. Y el estado prusiano empezó un trabajo asentado/sensato, alemana, detallada, para poner en práctica estas ideas. De esta forma se instituyó el primer sistema de enseñanza obligatoria del mundo en Prusia, en 1819.
La idea de la enseñanza obligatoria, para masas, no era nueva. Aparece en los escritos de Platón, luego en 1635 se intentó en Escocia, y en la Revolución Francesa, revolución hecha por los adultos, se pidió por primera vez el derecho a la educación universal. Los seres humanos habían constatado que los que tenían educación tenían ciertos privilegios, eran funcionarios del estado, conducían, a diversos niveles, grupos de individuos, lo que les daba un estatus envidiable. Uno habría esperado que, una vez ganado este derecho, multitudes de adultos se pondrían a estudiar sin descanso, pero, ay, lo que era un derecho ganado para los adultos, llegó a ser pronto una obligación para los niños. Napoleón mismo, después de organizar la enseñanza superior con principios y reglas militares, intentó una enseñanza obligatoria para los niños, pero la gran mayoría de los padres rehusó poner a los niños en manos de otros.
Los prusianos lo lograron. Prusia era un estado totalitario. Nosotros nos referimos a la ley de la prohibición del aborto de Ceausescu como a una expresión del totalitarismo comunista. Pues bien, en Prusia existía ya desde 1735 una ley del control de los nacimientos, ¡cualquier mujer tenía que declarar en la policía cuando había llegado a la menopausia!
En un marco más amplio, los siglos XVIII y XIX coinciden con el período de las luchas, revueltas, revoluciones y teorías de la liberación de los esclavos, de expresión de la dignidad y la libertad humana. A la vez se desarrolla la industria, en principio la extractiva y la procesadora, los estados se modernizaban y se complicaban en cuanto a funcionamiento y burocracia. Los esclavos que, bajo distintas denominaciones y estatutos (siervo, esclavo, proscrito, etc.), habían constituido desde hacía siglos y milenios fuerza de trabajo, ya no podían asegurar el progreso de la humanidad. Hacía falta otro tipo de fuerza de trabajo, instruida, que necesitaba manejar máquinas, asegurar el funcionamiento de los estados, que obedecieran y ejecutaran las ordenes.
El problema lo resolvieron, como ya dije, los prusianos, obligando a los niños a ir a la escuela. Mientras tanto, de todas las instituciones obligatorias, han quedado ahora sólo dos: la cárcel para los adultos y la escuela para los niños. Vemos, hoy en día, con cuanta dificultad llegan los infractores a la cárcel: juicios largos, fiscales, abogados, tribunales y más tribunales, jueces, derechos humanos… Para los niños es suficiente el hecho de haber nacido y llegar una cierta edad, cada vez más tierna, a los siete, seis, cinco y, con la guardería, a los tres años, y cada vez más, con un período de obligatoriedad más largo, cuatro, siete, diez, doce cursos obligatorios.
A través de esta obligatoriedad los estados han tomado posesión, de alguna forma, del derecho de los padres sobre los niños. Al principio a través de la fuerza, luego, a medida que los mismos padres ya han sido educados a través de la escuela, con su aceptación. (Dejo de momento la discusión sobre el derecho de los padres sobre sus hijos, inscrito ya en el código de Hammurabi, porque esto también representa un problema universal). La idea es que, a través de esta obligatoriedad, el niño no está considerado como un ser humano, no tiene derecho a la libertad. ¡Es una paradoja tener el derecho a la educación obligatoria!. Hoy en día se ha llegado a una situación en la que los padres venden a sus hijos al estado aún antes de nacer: las bajas maternales pagadas, las bajas pagadas para criar a los niños, las ayudas económicas por niño, todas son maneras de vender a los niños al estado. Cuando las madres hacen demostraciones agitando los pañales ante la sede del gobierno, ellas, de hecho, negocian un precio, y el estado les paga como empleadas para cuidar a los hijos hasta que se los lleva a la escuela (iba a decir al ejercito).
Por supuesto, un país con personas instruidas y obedientes es superior a otro, tiene un ritmo de desarrollo mucho más alerta, realizan un boom económico, y es lo que ocurrió con Prusia, más tarde la Alemania Grande. Y como la mayoría de los eruditos del mundo, en la primera mitad del siglo XIX, hacían sus doctorados en las universidades alemanas, han importado el sistema lo transfirieron a sus respectivos países, Estados Unidos en 1852, los Principados Rumanos en 1864, e Italia sólo en 1888.
¿Cómo lograron los alemanes crear un sistema a través del cual podían producir fuerza de trabajo instruida, pero, a la vez, dependiente y obediente? Individuos dependientes, pero que tienen la sensación de que son libres, es decir, el tipo de buey inteligente, el ideal educativo de cualquier sistema estatal de enseñanza, sin importar que se trate de estados democráticos o totalitarios, de repúblicas o de monarquías.
En primer lugar, a través del agrupamiento de los niños por clases según el criterio de la edad. Ningún otro grupo humano se organiza por edades (antes era el ejercito obligatorio que, mientras tanto, desapareció). ¿Qué dirían ustedes si se diera una orden para que en el Ministerio de Educación todos los empleados tuviesen 30 años de edad, los del Ministerio de Economía, 31, los de Interior, 32, etc? ¿O que en la Televisión, los que trabajan en las Noticias tuviesen 35 años, luego los periodistas de cada programa se elijan por el criterio de la edad, en el programa A de 36 años, en el B de 37, etc? ¿Sería absurdo, verdad? y ustedes saldrían a la calle a protestar en contra de semejante orden. Pues bien, los niños no tienen el derecho a elegir, ni a protestar, y a los adultos les parece normal, no absurdo. Esta agrupación por el criterio de la edad produce más efectos antisociales: la organización está impuesta desde fuera, la cohesión social es imposible (igual que en los hipotéticos casos de arriba con los ministerios…), los niños no pueden aprender los unos de los otros, los líderes están impuestos por los adultos, no aparecen de forma natural, todos están siguiendo el mismo ritmo dictado por la media, etc. De esta forma no te queda otra que obedecer a la media, palabra que tiene la misma raíz que mediocridad.
En segundo lugar, a través de la división de la actividad escolar por clases de cincuenta minutos con recreos de diez minutos cada vez. De esta forma los niños aprenden en esta clase algo, en la segunda clase otra cosa, en la tercera pasan a otra cosa, sin tener alguna vez la imagen íntegra o el motivo por el que aprenden una u otra cosa. Ellos aprenden porque así les dijo «la Señora» o «el Señor», es decir hay otros de más edad que saben, nosotros tenemos que escuchar y obedecer. Y de esta forma, aprenden por experiencia, clase por clase, día tras día, años tras año, que dependen de otros. De hecho, la mayoría de los mejores alumnos, después de terminar la escuela y la facultad, no saben qué hacer con su vida, suelen ser empleados por otros, tipo Donald Trump o Gigi Becali, que les dicen lo que tienen que hacer y ellos hacen muy bien lo que se les pide. También por la experiencia de las clases, los niños aprenden que «nada en la vida es tan importante para que merezca ser llevado a cabo». Si, por un absurdo, un alumno está hechizado durante una clase por el encanto de un poema, o se concentra en un problema, suena la campanita o el timbre (en los comienzos de la escuela obligatoria los recreos se anunciaban con el sonido de una trompa), cualquier encanto o concentración debe cesar y se pasa a otra cosa. No debes hacer lo que te gusta, sino lo que te ordena otra persona, indirectamente, por la campanita, el Señor Ministro, el Señor Estado, el Señor Sistema.
En tercer lugar, la dependencia y la obediencia están inducidas por lo que llamamos hoy currículo, o programa escolar, o syllabus. En definitiva, ni «la Señora» o «el Señor» hacen lo que quieren, sino lo que se les pide a través del programa. La Señora o el Señor, trabajando con la mente y el alma de los niños, deben introducir estos atributos constituyentes del ser humano en un programa, deben «programar» el modo de pensar de los niños, tanto como el contenido del pensamiento que está establecido en el currículo. Por supuesto, hay muchas Señoras y Señores, cada uno dueño, más o menos, de su parte pequeñita de currículo, de su disciplina, pero ninguno tiene la imagen del todo, sólo están empleados en un sistema construido por otros por el principio de una fábrica, cada uno ejecutando las operaciones tecnológicas que se le piden. Las Señoras y los Señores son ellos mismos dependientes del sistema, sistema que, en última instancia, se puede definir como la suma de las plazas de trabajo del personal didáctico. (No me entiendan mal: hay mucho personal didáctico bien preparado en su disciplina y creo que cada uno tiene las mejores intenciones en cuando a la enseñanza de los niños, pero las buenas intenciones, construidas por autosugestión, no ayudan a nada si eres especialista en los instrumentos con los que operas (el contenido de tu disciplina) y no conoces el cuerpo que operas (la mente y el alma del niño).
De hecho, hay una opinión general que, a través del sistema de enseñanza, los niños llegan a las manos de los especialistas en educación que, aparte de su especialidad, han estudiado pedagogía, psicología y los metodos de la enseñanza. Como uno que decenas de años ha estudiado y enseñado estas disciplinas puedo afirmar que no son científicas. Igual que durante años, en nuestro país y en muchos otros, se enseñó la disciplina llamada «Socialismo Científico» (muchos universitarios y lectores de las universidades populares han construida una carrera alrededor de esta disciplina) y se demostró en realidad que esto no existe, también las Ciencias de la Educación son articulaciones lógicas, a veces bien montadas, pero construidas por postulados falsos. Las metódicas, por ejemplo, representan una especia de recetario de principios, normas, métodos, estrategias y técnicas, pero, como cualquier receta, se dirigen a las personas enfermas, no a los espíritus vivos. Las investigaciones psicológicas sobre el aprendizaje, desde Thorndike, Skinner, Kohlberg o Pavlov, se hicieron en animales, ratas, perros, gatos, palomas, monos, etc. y las conclusiones se transfirieron a la manera de aprender de los niños, y las pedagógicas son caducas porque, una vez introducidos los niños en un medio artificial – la escuela – separado, por lo tanto, de la sociedad y de la naturaleza, no puedes obtener, a través de la observación o experimento, nada válido. ¡Es como si pusieras una mariposa dentro de una campana de cristal, observarías todos los movimientos y su aleteo y creerías que lo sabes todo sobre las mariposas!
Lo mismo hace María, la vecina de abajo que pasea a su perro, Axi, delante del edificio y le grita: ¡Sé bueno, Axi! Ven con mamá, Axi, ven para darte algo para comer, ven para que te lave mamá las patitas! Para ella Axi es un niño dulce y mimoso. Cada vez hay más gente que tiene animales en casa, desde perros, gatos y canarios, hasta serpientes y camellos. Todos los cuidan como a niños. Existe toda una industria para la alimentación y el cuidado de estos animales. Recientemente apareció la primera cadena de televisión dedicada directamente a los animales de compañía, Dog TV, para que no se aburran. No sé si es normal o no. Es el asunto de María, Axi responde a su necesidad de cariño. Pero si las personas cuidan y crían estos animales como a niños, por lógica es verdad el corolario: ¡a los niños los cuidan y los crían como a unos animales lindos que responden a la necesidad de cariño de los adultos! Pero si a María sólo la saludo y la dejo con sus creencias, con unos como Skinner, Brunner o Pavlor pretendo y no me gusta que influyan en la educación de los niños. Todas vienen, se ve, de Darwin que nos consideró animales, superiores, es bien cierto, y todo el mundo le creyó.
Quiero ser ecuánime, otros estudios psicológicos que influyeron en la instrucción escolar se hicieron en niños, por ejemplo, los de Piaget o Vâgotzky, pero su error fue que se dirigieron sólo al intelecto o sólo a las interacciones sociales de los niños, como si estudiasen la mano o la pierna, ¡podrías sacar conclusiones sobre el organismo entero!
Los niños, empero, tienen sus leyes de desarrollo, naturales o divinos, las cuales siguen sin descanso y, con todos los intentos de la escuela obligatoria, a pesar de todas las teorías y métodos, se constató que reaccionan y no obedecen a las reglas y los reglamentos cada vez más restrictivos. Entonces se inventó otra cosa, igual de alemana: el sistema de recompensas y castigos, en los cuales, en el puesto de honor, se halla la nota. Según el caso, la nota es la zanahoria colgada o el látigo de los experimentos de psicología del aprendizaje llamadas «científicamente» elementos de afianzamiento y refuerzo. También según el caso, la nota instaura la competición estimulada por los profesores y padres y la clasificación, no oficial por supuesto, en listos y tontos. Si para los profesores esto sería lógico, porque la nota es el instrumento básico con el que mantienen la disciplina y, esperan ellos, la motivación, para los padres las cosas se complican porque se supone que estos aman de verdad a sus hijos. Y yo al menos no he visto ni he oído alguna vez a algún hombre que ama a sus esposa preguntándole al cura o al alcalde: «¿Qué nota le das a mi mujer?»; o de alguna mujer cariñosa preguntándole a su vecina: «¿Qué te parece, querida, mi marido? ¿Es bueno o no, le das un aprobado?». ¿Acaso si quieres a tu hijo vas a un extraño para que te lo evalúe? Es verdad, hay muchos concursos con notas y premios para perros y gatos que tocan la fibra sensible del orgullo de los amos. Se han multiplicado los casos de suicidio infantil por culpa de una nota o de un suspenso y nadie encuentra ninguna culpa, ninguna explicación. ¿Por qué? ¡Era buen alumno, no nos esperábamos esto! Pero claro, qué esperar, cuando el niño está prácticamente empujado hacia un conflicto existencial colosal porque ama a su familia, ama a sus profesores, los compañeros, sus prójimos, y, de repente, ¡se derrumba porque ya no puede aguantar la idea que decepcionó terriblemente a los que él amó tanto!
En vez de parar el molino y preguntarnos qué molemos nosotros aquí, lo transformamos todo en una noticia cortita en un articulo de periódico o en un programa de televisión.
Miren, si no, el examen de selectividad de este año y del año pasado. ¿Qué importancia tiene si un alumno ha marcado la casilla «subjetiva» y otro la «predicativa» y el tercero la «atributiva»? ¿Cuántos adultos saben esto? ¿Por qué el destino de un niño debe depender de algo que ni los especialistas con estudios y doctorados saben bien? ¿O por qué gastamos millones de leus en cámaras video de vigilancia – en plan Gran Hermano – cuando a los niños se les lleva a una competición antinatural, inhumana? Si el objetivo de la vida es la felicidad, ¿por qué todo este estrés artificial provocado en el cual anualmente están engullidos cientos de miles de alumnos, familias y profesores que intentan, dejando de lado cualquier rastro de moralidad (si es que les queda), luchar entre ellos, para qué, en realidad, para la infelicidad? La respuesta es bien sencilla: porque azuzándolos los unos contra los otros pueden ser dominados, manejados, manipulados. Esta es la misión del sistema de educación imaginado y creado por los funcionarios de Federico el Grande hace 200 años.
Pero la mayor invención de la escuela tradicional ha sido el banco de escuela o el pupitre. Por muchas opresiones que se podían imaginar los adultos para matar el espíritu vivo de los niños, a pesar de los múltiples castigos, no les podían impedir moverse. El movimiento es la forma primordial y fundamental de expresión de la vida y de independencia del individuo. Se necesitaba encontrar una solución para encadenar el espíritu, y esta fue el banco. Al principio eran bancos largos, como las de las casas de la cultura o como en las bodas populares, pero los niños se deslizaban por debajo. Luego se inventaron los que estaban unidos a las mesas, primero para seis alumnos, para que no puedan salir de allí, luego para cuatro o dos, y, en fin, para uno solo – según se iba hablando de los «derechos del menor». Han sido implicados investigadores que estudiaron la posición, la forma y la anatomía del niño, proyectando bancos/sillas cada vez más ergonómicas, con sillas reclinables, etc. Se observó, no obstante, que se necesita algo de movimiento y se crearon los recreos e introdujeron las clases de educación física para evitar la deformación de la columna vertebral. Es como si le pidieras a una persona andar con un pie y, cuando se cansa, que cambie con el otro pie, olvidándose acaso que un caminar normal, con ambos pies y con un ritmo propio, no lleva al cansancio. A través de la silla, las autoridades tomaron el control de la disciplina, de tal forma que la primera cosa que aprende cualquier niño que va al cole es estar quietito en su silla, que haga lo que se le pide y que conteste cuando se le pregunta.
Toda esta enorme industria que no llega a la bancarrota porque tiene su clientela asegurada obligatoriamente, que funciona cada vez peor porque sólo si funciona mal puede pedir mucho dinero, si funcionara bien no necesitaría tanto dinero, está sostenida con teorías pedagógicas cada vez más sofisticadas. Desde la Taxonomía de los objetivos educativos de Bloom (1956), que todavía funciona en la práctica escolar rumana y de la cual el mismo Bloom decía en 1990 que, a través de ella más bien puedes criar pollos en la incubadora, no seres humanos (habría que preguntarle al profesor Nicolae Sacalis, habló con Bloom y veo que publicó recientemente un libro) hasta la elaboración de los estándares educativos norteamericanos en los años 80, estándares que nos empeñamos con ahínco introducir en nuestro país, y hasta el aprendizaje basado en las competencias para la creación de la sociedad basada en el conocimiento – knowledge-based society – clamado por los documentos de la Union Europea (nosotros construimos, una vez, la sociedad socialista multilateralmente desarrollada, ¡mucho antes que la UE!), todas estas teorías van en la línea inaugurada por los prusianos hace 200 años. El niño, adivinado alguna vez por grandes personas como Ellen Key, Maria Montessori o Celestin Freinet, ha sido enterrado bajo inmensas montañas de leyes y reglamentos en los cuales, para los estados, sólo representa un recurso humano (Ley de Educación nr. 1/2011, art. 2(2) y ¡cientos de reglamentos y metodologías en la página web del MECTS – el Ministerio de Educación, Investigación, Juventud y Deporte – que ni los juristas pueden aclarar!). Y, como cualquier recurso, hay que utilizarlo, así como el buey es un recurso para el que no tiene tractor.
Toda la educación está basada en un prejuicio, en una premisa falsa: que los adultos hacen niños y los forman y los moldean según proyectos nacionales e internacionales. Nosotros, los rumanos, de un país de informadores nos hemos transformado en un país de formadores. Es la moda.
Miles de años los hombres vivieron convencidos que el sol gira alrededor de la Tierra. Cuando, por fin, vino uno que les dijo que era al revés, lo quisieron quemar en la hoguera. Pasaron varios cientos de años para aceptar todos este nuevo hecho. Lo mismo ocurre con este prejuicio. Hace más de 100 años (1907, cuando en Rumanía empezaba la revuelta en Flamanzi) una mujer, la primera mujer médico de Italia, Maria Montessori, le dijo al mundo: EL NIÑO ES EL CREADOR DEL ADULTO. EL CARÁCTER Y LA PERSONALIDAD SON LA PROPIA CREACIÓN DEL NIÑO. La desterraron de Italia, fue perseguida por los fascistas de Mussolini, los comunistas la borraron por completo de la historia de la educación y de la pedagogía, y en las otras pedagogías y universidades de los estados llamados democráticos la olvidaron, aunque las investigaciones recientes en neurociencias validan sus descubrimientos.
En esta época de libertad, de comunicación global, los niños responden a la opresión y al control total, a la indiferencia hacia las leyes naturales de su desarrollo, de forma no consciente, en las escuelas públicas de todos los rincones del planeta a través del incremento del nivel de violencia. Los estados gastan millones de dólares y euros en proyectos de prevención y reducción de la violencia escolar. Las escuelas se parecen, cada vez más, a cárceles. Los guardias y los policías vigilan las puertas y las verjas de las escuelas. Recientemente, un ministro de educación propuso la introducción del antecedente penal escolar. Es inútil. Los esclavos se han liberado a través de las revueltas, los proletarios con las revoluciones, desde hace cien años asistimos a movimientos para la liberación de la mujer (de los prejuicios, claro, ¡de otra forma está libre!). Hace falta una nueva revolución: la de liberar a los niños de los prejuicios de los adultos. La última. No violenta. Porque los adultos no hacen niños. Ellos hacen sexo.
Y terminando, una cita:
http://www.crossroad.to/Quotes/fascism/BertrandRussell.htm
”Education should aim at destroying free will so that after pupils are thus schooled they will be incapable throughout the rest of their lives of thinking or acting otherwise than as their school masters would have wished … The social psychologist of the future will have a number of classes of school children on whom they will try different methods of producing an unshakable conviction that snow is black. When the technique has been perfected, every government that has been in charge of education for more than one generation will be able to control its subjects securely without the need of armies or policemen.”
—–Bertrand Russell quoting Johann Gottlieb Fichte, the head of philosophy & psychology who influenced Hegel and others – Prussian University in Berlin, 1810″